En un mundo acelerado, donde las palabras a menudo se consumen con la misma rapidez con la que se olvidan, la poesía de Javier López Cazalla se detiene, respira y nos invita a escuchar el rumor íntimo de la vida. Su más reciente libro, Besos de lluvia, es mucho más que una colección de poemas: es un mapa emocional trazado con la delicadeza de quien sabe que las emociones verdaderas no se gritan, se susurran.
La sinopsis de la obra nos habla de “lugares, pensamientos y emociones que indagan en los silencios que duelen, en los amores fugaces, en las sonrisas perdidas, en el color de la tristeza y en los misterios que nos hacen vivir”. Pero al leer sus versos, el lector descubre que cada imagen, cada metáfora, es una ventana abierta a sentimientos que creíamos olvidados. Como las primeras gotas de una lluvia inesperada, sus poemas se cuelan por los poros, despertando memorias dormidas.
La artesanía del verso
Cazalla no escribe al dictado de la prisa. Su poesía, como él mismo ha confesado en entrevistas, nace de la lectura pausada y de la reflexión. La inspiración, en su caso, no es un rayo que lo atraviesa de repente, sino una conversación constante con el silencio, con los libros y con la propia experiencia. “La forma y la estructura —afirma— pueden elevar un poema a la categoría de arte”. Y en Besos de lluvia esa preocupación formal se percibe: la cadencia de los versos, la disposición de las palabras, el cuidado con el que la imagen se posa sobre la página.
Un testigo del presente poético
No es ajeno, sin embargo, a la realidad de su tiempo. Javier López Cazalla ha manifestado su inquietud por la situación de la poesía en España, un género que, a pesar de su riqueza y diversidad, lucha contra la falta de apoyo y de reconocimiento. Sus palabras resuenan como un llamado a no dejar que la poesía se convierta en un arte de minorías silenciosas, sino en un puente que una sensibilidades.
La lluvia que nos nombra
Besos de lluvia no se limita a describir emociones: las convoca. Sus poemas nos llevan a lugares donde solo nosotros podemos estar, y sin embargo, nos sentimos acompañados. Es la paradoja de la buena poesía: hablar desde lo más íntimo para tocar lo más universal. Leer a Cazalla es recordar que incluso en la tristeza hay belleza, que en cada adiós hay un germen de reencuentro y que, a veces, un verso puede ser más cálido que cualquier abrazo.
En tiempos de sequía emocional, la lluvia de Javier Cazalla no moja: acaricia. Y deja en la piel esa huella imperceptible pero duradera que solo dejan los grandes poetas.
