El pasado viernes por la tarde, Manacor vibró al ritmo de una voz femenina que, desde las páginas de un libro, logró quebrar el silencio de tantas otras. La Asociación Cultural S’Agrícola se convirtió en el epicentro de una velada íntima y poderosa: la presentación de Yo soy Graciela, la más reciente obra del autor manacorí Vicente Castro i Álvaro. Y no fue una simple presentación: fue un acto de comunión, de reconocimiento y de fuerza compartida.
Desde temprano, la sala se llenó hasta los últimos rincones. Concejales, figuras de la vida pública local, lectoras, curiosas, amigas de la literatura… todas acudieron a un encuentro que pronto se revelaría como algo más que literario. Era un espacio para la emoción, para el espejo, para el desahogo.
Bárbara Barceló Riera abrió la noche con una intervención de profundidad serena. Desgranó los matices de Graciela, esa protagonista que no busca héroes ni salvaciones ajenas, sino que, con su resistencia cotidiana, encarna a tantas «mujeres invisibles» de nuestra sociedad. Sus palabras, cargadas de empatía y verdad, calaron en el público, sobre todo entre las mujeres, que se sintieron reconocidas en esa historia de coraje sin estridencias.
Luego tomó la palabra Rafael Gabaldón San Miguel, periodista y escritor, quien ofreció una lectura emotiva, casi entrañable, de Yo soy Graciela. Subrayó el retrato luminoso y honesto de una madre que, en soledad, levanta a sus hijos a fuerza de amor y determinación. Y así, el relato de Graciela se fue tornando en el relato de muchas, en un canto a la dignidad femenina.
Cuando finalmente habló Vicente Castro i Álvaro, la sala escuchaba con el mismo respeto con que se escucha a quien ha sabido darle voz a lo silenciado. Compartió la génesis del libro, las historias reales que le sirvieron de inspiración, los ecos de mujeres cercanas que moldearon a su protagonista. Y en ese diálogo con el público, el entusiasmo se desbordó: preguntas, comentarios, emociones que fluían sin contención. Había quien confesaba haber visto reflejada su propia vida en las páginas del libro; otras agradecían el simple hecho de que alguien hubiese escrito esta historia.
El ambiente era tal que nadie parecía querer abandonar la sala. Se respiraba una energía colectiva, como si todas las asistentes hubiesen encontrado en Yo soy Graciela un espacio para reconocerse y reivindicarse.
La sorpresa final la puso la acogida del libro: en cuestión de minutos, los ejemplares se agotaron. Vicente Castro, visiblemente conmovido, agradeció el cariño y anunció que en breve llegarían más libros para saciar una demanda que, a juzgar por el fervor de la noche, apenas acaba de empezar.
Yo soy Graciela no es solo una novela. Es un grito de esperanza. Es un recordatorio de la inmensa fuerza que reside en cada mujer, aun cuando nadie la mira. Y en Manacor, ese grito ya ha comenzado a resonar.
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